El
Diablo
Kobo
Abe
Un día encontré una ratonera al
fondo del armario. Aunque no recordaba haberla comprado en ningún momento, se
me ocurrió probarla, pues se percibía la presencia de ratas desde hacía algunos
días; la instalé en un rincón de la habitación con restos de granos de soya
fermentada como cebo.
Ese mismo día hubo una presa. Al
volver a casa del trabajo, escuché un chillido en la oscuridad. Cuando prendí
la luz, vi que quedó atrapado un pequeño animal extraño de color verde azul.
Esta no fue toda mi sorpresa; ese
animalito, al voltear a verme, juntó las dos manos como de lagartija y me habló
suplicante en un japonés correctísimo, aunque con cierta aspereza:
–¡Sálveme, por favor, se lo ruego,
señor! A cambio le voy a satisfacer tres deseos, cualesquiera que sean…
–A ver, déjame decirte que estás
cayendo en una contradicción –dije simulando serenidad para controlar la
excitación–. Si estás dotado de una capacidad tan envidiable, ¿cómo no te has
escapado tú solo de la ratonera?
–Es el castigo que me tocó por un
descuido. Hasta satisfacerle tres deseos a mi vencedor, no podré recuperar mi
infinita capacidad de transfiguración.
Ciertamente era coherente a su
manera. Le quité la tapa, porque de todas maneras no me importaba que me estafara,
y resultó que era honesto de verdad.
–Le agradezco muchísimo –dijo con
la cara azul, casi morada–. Adelante, señor, ¿cuáles son sus deseos?
–El tiempo, por ejemplo… ¿Qué te
parece?
–¿El tiempo?
–El tiempo es oro, como dicen, y
estoy tan ocupado todos los días que casi no me queda tiempo para hacer nada,
¿sabes?
–¿Cuánto quiere?
–Cuanto más, mejor…
–De acuerdo, señor.
Al decirlo, el animal alzó los
brazos por encima de la cabeza y acercó gradualmente los dedos de las dos
manos. En un instante salió de entre las puntas de los dedos una chispa azul
que produjo una descarga eléctrica, y se propagó por toda la habitación un
fuerte olor a azufre.
–¡No se mueva! –me advirtió el
animal con firmeza al verme asustado–. Usted ya dispone de cien veces más de
tiempo.
–¿Cien veces más?
–Es lo máximo que le puedo
ofrecer. No es tan insignificante como quizás usted crea, ya que la energía
está en proporción con el cuadrado de la velocidad, ¿sabe? Con cien veces más
de velocidad, tendrá diez mil veces más de energía. Esto quiere decir que usted
ya cuenta con una fuerza casi equivalente a la de una avioneta jet… Chist, ¡no
se mueva, hágame caso! Un brinco así de golpe puede ser mortal, pues las
piernas se harán añicos al destrozar el piso y el cuerpo en reacción saltará al
vuelo, quién sabe a dónde, rompiendo el cielo raso como si fuera un cohete.
–¡Carajo, me tendiste una trampa!
–¿Trampa? ¡Cómo se atreve a decir
semejante barbaridad! ¿Acaso no sabía esa famosa fórmula: E=1/2 mv2?
–¡Ni la menor idea!
–¡No se mueva, le estoy diciendo!…
Pero qué extraño. Esta fórmula está tan divulgada que hasta sale en cualquier
texto didáctico a nivel secundaria.
–¡No sé nada de eso! ¡Basta, qué
necio eres! Desembrújame ahora mismo, que no soy ningún maniquí… –grité de
angustia sin soportar más el estado precario.
–¿Me permite tomarlo como el
segundo deseo?
–¡Como quieras! ¡Rápido, hombre!
–Está bien –dijo sonando los
dedos–. Relájese, que ya pasó el peligro. Ahora, ¿quiere pasar al último deseo?
Conteniendo las ganas de
aplastarlo de un golpe, le repliqué:
–¡Dinero, entonces!
–¿Dinero?
–Ojo por ojo, brutalidad por
brutalidad, pues.
–Brutalidad aparte, ¿de veras se
conforma con algo tan trivial como el dinero?
–¿Acaso hay otra fórmula
inconveniente que te lo impida?
–No, qué va. A mí me da lo mismo
si a usted no le importa, señor…
–¡Deja de hacer insinuaciones
ambiguas! ¡Dime todo lo que tienes que decir sin dar más rodeos!
–Con mucho gusto se lo digo, si es
que lo puedo tomar como el tercer deseo…
Permanecí mudo durante más de diez
minutos sin atreverme a romper el silencio. Me sentí mareado, a punto de
desmayarme, y terminé gritando desesperado:
–¡Carajo, cuéntame todo!
–Una cosa muy sencilla… –me
contestó el animal con un gesto tan ingenuo en su cara como el de una muñeca de
plástico–. Sólo quería advertirle que, al hacer tantas compras, no iba a caber
todo en esta pequeña habitación, señor.
–¡Maldito diablo!
–¿Diablo? ¡No me insulte, por
favor! Soy un extraterrestre auténtico –apenas lo dijo, volteó a hacer una
venia de lado–. Hasta aquí la segunda noche de la sección experimental de
nuestro curso sobre la psicología terrícola.
Al recorrer la mirada, caí en la
cuenta de que había otros dos animalitos del mismo tamaño que cargaban una
videocámara para filmarme. En el acto les lancé un tintero. En ese mismo
instante se esfumaron tanto la ratonera como los animalitos, dejando tan sólo
el eco de una risa sonora…
"La
libertad no consiste sólo en seguir la propia voluntad, sino también a veces en
huir de ella."
Kobo
Abe
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