Lisabetta
da Messina.
Giovanni
Boccaccio
Terminada
la historia de Elisa y alabada por el rey durante un rato, a Filomena le fue
ordenado que contase: la cual, llena de compasión por el mísero Gerbino y su
señora, luego de un piadoso suspiro, comenzó:
-Mi
historia, graciosas señoras, no será sobre gentes de tan alta condición como
fueron aquéllas sobre quienes Elisa ha hablado, pero acaso no será menos digna
de lástima; y a acordarme de ella me trae Mesina, ha poco recordada, donde
sucedió el caso.
Había,
pues, en Mesina tres jóvenes hermanos y mercaderes, y hombres, que habían
quedado siendo bastante ricos después de la muerte de su padre, que era de San
Gimigniano, y tenían una hermana llamada Elisabetta, joven muy hermosa y
cortés, a quien, fuera cual fuese la razón, todavía no habían casado. Y tenían
además estos tres hermanos, en un almacén suyo, a un mozo paisano llamado
Lorenzo, que todos sus asuntos dirigía y hacía, el cual, siendo asaz hermoso de
persona y muy gallardo, habiéndolo muchas veces visto Isabetta, sucedió que
empezó a gustarle extraordinariamente, de lo que Lorenzo se percató y una vez y
otra, semejantemente, abandonando todos sus otros amoríos, comenzó a poner en
ella el ánimo; y de tal modo anduvo el asunto que, gustándose el uno al otro
igualmente, no pasó mucho tiempo sin que se atrevieran a hacer lo que los dos
más deseaban.
Y
continuando en ello y pasando juntos muchos buenos ratos y placenteros, no
supieron obrar tan secretamente que una noche, yendo Isabetta calladamente allí
donde Lorenzo dormía, el mayor de los hermanos, sin advertirlo ella, no lo
advirtiese; el cual, porque era un prudente joven, aunque muy doloroso le fue
enterarse de aquello, movido por muy honesto propósito, sin hacer un ruido ni
decir cosa alguna, dándole vuelta a varios pensamientos sobre aquel asunto,
esperó a la mañana siguiente.
Después,
venido el día, a sus hermanos contó lo que la pasada noche había visto entre
Isabetta y Lorenzo, y junto con ellos, después de largo consejo, deliberó para
que sobre su hermana no cayese ninguna infamia, pasar aquello en silencio y
fingir no haber visto ni sabido nada de ello hasta que llegara el momento en
que, sin daño ni deshonra suya, esta afrenta antes de que más adelante siguiera
pudiesen lavarse.
Y
quedando en tal disposición charlando y riendo con Lorenzo tal como
acostumbraban, sucedió que fingiendo irse fuera de la ciudad para solazarse
llevaron los tres consigo a Lorenzo; y llegados a un lugar muy solitario y
remoto, viéndose con ventaja, a Lorenzo, que de aquello nada se guardaba,
mataron y enterraron de manera que nadie pudiera percatarse; y vueltos a Mesina
corrieron la voz de que lo habían mandado a algún lugar, lo que fácilmente fue
creído porque muchas veces solían mandarlo de viaje. No volviendo Lorenzo, e
Isabetta muy frecuente y solícitamente preguntando por él a sus hermanos, como
a quien la larga tardanza pesaba, sucedió un día que preguntándole ella muy
insistentemente, uno de sus hermanos le dijo:
-¿Qué
quiere decir esto? ¿Qué tienes que ver tú con Lorenzo que me preguntas por él
tanto? Si vuelves a preguntarnos te daremos la contestación que mereces.
Por
lo que la joven, doliente y triste, temerosa y no sabiendo de qué, dejó de
preguntarles, y muchas veces por la noche lastímeramente lo llamaba y le pedía
que viniese, y algunas veces con muchas lágrimas de su larga ausencia se
quejaba y sin consolarse estaba siempre esperándolo. Sucedió una noche que,
habiendo llorado mucho a Lorenzo que no volvía y habiéndose al fin quedado
dormida, Lorenzo se le apareció en sueños, pálido y todo despeinado, y con las
ropas desgarradas y podridas, y le pareció que le dijo:
-Oh,
Isabetta, no haces más que llamarme y de mi larga tardanza te entristeces y con
tus lágrimas duramente me acusas; y por ello, sabe que no puedo volver ahí,
porque el último día que me viste tus hermanos me mataron.
Y
describiéndole el lugar donde lo habían enterrado, le dijo que no lo llamase
más ni lo esperase. La joven, despertándose y dando fe a la visión, amargamente
lloró; después, levantándose por la mañana, no atreviéndose a decir nada a sus
hermanos, se propuso ir al lugar que le había sido mostrado y ver si era verdad
lo que en sueños se le había aparecido. Y obteniendo licencia de sus hermanos
para salir algún tiempo de la ciudad a pasearse en compañía de una que otras
veces con ellos había estado y todos sus asuntos sabía, lo antes que pudo allá
se fue, y apartando las hojas secas que había en el suelo, donde la tierra le
pareció menos dura allí cavó; y no había cavado mucho cuando encontró el cuerpo
de su mísero amante en nada estropeado ni corrompido; por lo que claramente
conoció que su visión había sido verdadera. De lo que más que mujer alguna
adolorida, conociendo que no era aquél lugar de llantos, si hubiera podido todo
el cuerpo se hubiese llevado para darle sepultura más conveniente; pero viendo
que no podía ser, con un cuchillo lo mejor que pudo le separó la cabeza del
tronco y, envolviéndola en una toalla y arrojando la tierra sobre el resto del
cuerpo, poniéndosela en el regazo a la criada, sin ser vista por nadie, se fue
de allí y se volvió a su casa.
Allí,
con esta cabeza en su alcoba encerrándose, sobre ella lloró larga y amargamente
hasta que la lavó con sus lágrimas, dándole mil besos en todas partes. Luego
cogió un tiesto grande y hermoso, de esos donde se planta la mejorana o la
albahaca, y la puso dentro envuelta en un hermoso paño, y luego, poniendo
encima la tierra, sobre ella plantó algunas matas de hermosísima albahaca
salernitana, y con ninguna otra agua sino con agua de rosas o de azahares o con
sus lágrimas la regaba; y había tomado la costumbre de estar siempre cerca de
este tiesto, y de cuidarlo con todo su afán, como que tenía oculto a su
Lorenzo, y luego de que lo había cuidado mucho, poniéndose junto a él, empezaba
a llorar, y mucho tiempo, hasta que toda la albahaca humedecía, lloraba. La
albahaca, tanto por la larga y continua solicitud como por la riqueza de la
tierra procedente de la cabeza corrompida que en ella había, se puso hermosísima
y muy olorosa.
Y
continuando la joven siempre de esta manera, muchas veces la vieron sus
vecinos; los cuales, al maravillarse sus hermanos de su estropeada hermosura y
de que los ojos parecían salírsele de la cara, les dijeron:
-Nos
hemos apercibido de que todos los días actúa de tal manera.
Lo
que, oyendo sus hermanos y advirtiéndolo ellos, habiéndola reprendido alguna
vez y no sirviendo de nada, ocultamente hicieron quitarle aquel tiesto. Y no
encontrándolo ella, con grandísima insistencia lo pidió muchas veces, y no
devolviéndoselo, no cesando en el llanto y las lágrimas, enfermó y en su
enfermedad no pedía otra cosa que el tiesto.
Los
jóvenes se maravillaron mucho de esta petición y por ello quisieron ver lo que
había dentro; y vertida la tierra vieron el paño y en él la cabeza todavía no tan
consumida que en el cabello rizado no conocieran que era la de Lorenzo. Por lo
que se maravillaron mucho y temieron que aquello se supiera; y enterrándola sin
decir nada ocultamente salieron de Mesina y ordenando la manera de irse de allí
se fueron a Nápoles. No dejando de llorar la joven y siempre pidiendo su tiesto
llorando murió y así tuvo fin su desventurado amor; pero después de cierto
tiempo, siendo esto sabido por muchos hubo alguien que compuso aquella canción
que todavía se canta hoy y dice:
“Quién
sería el mal cristiano que el albahaquero me robó, etc .”
Cuento
de la Jornada 4, Quinta Narración del Decamerón.
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